Siglos atrás, el cambiante paisaje austral y los rigores del clima obligaban a los pobladores originarios del noroeste de Santa Cruz a practicar el nomadismo en procura de sustento. Recién en el ocaso de sus vidas, los tehuelches y las etnias que los precedieron elegían el saludable microclima de la región como su lugar de reposo definitivo. Los ecos de esa y otras tradiciones ancestrales permanecen arraigadas entre sus descendientes, cobijados por los valles que reverdecen la estepa y se fusionan con los colores intensos de la fruta fina para decorar las calles y jardines de Los Antiguos.
En el confín occidental de la meseta, reposada en Santa Cruz desde el borde del mar hasta los primeros pliegues que exhibe la Cordillera, el primer impacto visual sale disparado como un flash que encandila a los visitantes desde el cantero central de la avenida San Martín. Ese jardín público de 1 kilómetro de largo perfila este oasis patagónico, que enseguida se amplifica en las calles semiocultas por hileras de álamos.
En realidad, la tupida arboleda resguarda el mayor secreto que sustenta el resurgimiento del pueblo: Los Antiguos tocó fondo el 13 de agosto de 1991, cuando las erupciones del volcán Hudson sepultaron 10 millones de hectáreas de Cordillera, valles, lagos, ríos y estepa bajo un grueso manto de azufre y ceniza. Décadas después, ese sedimento nocivo para el ganado y los cultivos se transformó en el mejor abono de las parcelas revitalizadas de las chacras agroturísticas, donde florecen cerezas, frutillas, guindas y frambuesas.
Los Antiguos, un oasis en la estepa patagónica
Siglos atrás, el cambiante paisaje austral y los rigores del clima obligaban a los pobladores originarios del noroeste de Santa Cruz a practicar el nomadismo en procura de sustento. Recién en el ocaso de sus vidas, los tehuelches y las etnias que los precedieron elegían el saludable microclima de la región como su lugar de reposo definitivo. Los ecos de esa y otras tradiciones ancestrales permanecen arraigadas entre sus descendientes, cobijados por los valles que reverdecen la estepa y se fusionan con los colores intensos de la fruta fina para decorar las calles y jardines de Los Antiguos.
En el confín occidental de la meseta, reposada en Santa Cruz desde el borde del mar hasta los primeros pliegues que exhibe la Cordillera, el primer impacto visual sale disparado como un flash que encandila a los visitantes desde el cantero central de la avenida San Martín. Ese jardín público de 1 kilómetro de largo perfila este oasis patagónico, que enseguida se amplifica en las calles semiocultas por hileras de álamos.
En realidad, la tupida arboleda resguarda el mayor secreto que sustenta el resurgimiento del pueblo: Los Antiguos tocó fondo el 13 de agosto de 1991, cuando las erupciones del volcán Hudson sepultaron 10 millones de hectáreas de Cordillera, valles, lagos, ríos y estepa bajo un grueso manto de azufre y ceniza. Décadas después, ese sedimento nocivo para el ganado y los cultivos se transformó en el mejor abono de las parcelas revitalizadas de las chacras agroturísticas, donde florecen cerezas, frutillas, guindas y frambuesas.
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